FE SI, PERO VALIENTES… NO SÉ.

Estamos en pleno mes de agosto, en los días más cálidos del año, y todos sabemos lo que supone tener que salir a la calle para realizar cualquier gestión, más aún este año al tener que llevar la mascarilla. Para no sufrir el calor, nos gustaría poder estar en sitios con aire acondicionado, pero no siempre es posible, y entonces agradecemos que nos llegue una ráfaga de aire que nos alivie. Pero como a menudo no sopla viento, muchas personas van provistas de abanicos. Básicamente el abanico es un instrumento muy simple: un conjunto de varillas articuladas, unidas por un papel o tela, que se despliegan en semicírculo. Y tampoco requiere grandes conocimientos para utilizarlo: es suficiente con un ligero movimiento de la muñeca. Es muy simple pero efectivo para combatir el calor y, como se puede llevar fácilmente, se ha convertido para muchos en algo imprescindible. 

En la primera lectura se nos narra el encuentro de Elías con el Señor. Elías sufría múltiples problemas; había tenido que huir para poder salvar su vida y se refugia en una gruta. Necesitaba encontrarse con el Señor, pero no lo iba ha hacer en medio del huracán o del terremoto o del fuego, sino en la caricia de una brisa suave. En algo tan simple es donde se encuentra Elías con el Señor y además es donde encuentra la fuerza para seguir con su misión aunque esta sea difícil y complicada.

La experiencia de Elías nos recuerda que en medio de los «acaloramientos» y agobios del día a día que tanto nos hacen sufrir y últimamente más, necesitamos espacios y tiempos de tranquilidad que nos permitan encontrarnos con Jesús y encontrar algo de alivio, como cuando entramos en un lugar con aire acondicionado.

Pero el ritmo de vida que llevamos, las preocupaciones y problemas, hacen prácticamente imposible encontrar esos espacios y tiempos; más bien nos sentimos como los discípulos del evangelio. Fácilmente nos identificamos con ellos porque están cumpliendo lo que Jesús les ha pedido, que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, pero la barca es sacudida por las olas, porque el viento es contrario.

Por eso titulaba estas letras que fe sí, pero valientes no sé. Me gustaría a mí ser un Pedro de la vida. Incluso negándole más de tres veces, incluso siendo farruco y diciéndole a las criadas que no le conozco, pero que ante una llamada en un momento determinado me lanzo a la tempestad e intento caminar por un agua turbulenta y llena de contratiempos. Me gustaría que ante los calores de la vida, poder encontrar un lugar de «aire acondicionado».

Todos tenemos fe, incluso la del carbonero. Una fe probablemente no muy teológica (como la de Pedro), una fe titubeante e incluso nada dada a cambios que pueden ser a mejor, pero seguimos montados en la misma barca de Jesús. Pero claro, esa fe exige valentía. Jesús, ante la insistencia de Pedro, le invita a ir con él. Pedro no tiene miedo, se lanza… auque crea que se ahoga. Hoy cuando nuestros vientos no nos favorables, cuando hay ciertas cosas que a nivel religioso no nos conviene, nos quedamos callados, no somos valientes, no tenemos el arrojo de ir a donde sea a pesar de las inclemencias sociales, y aún con el riesgo de hundirnos, y dar la cara por aquel que todos los días nos está llamando.

Busquemos el remanso del encuentro como Elías. Busquemos el espacio sin marejada para tomar fuerzas y continuar dando lo mejor de cada uno de nosotros y en favor de los demás.

                                                                                                                    Hasta la próxima. Paco Mira.

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