NO DESVIRTUEMOS NI EL LUGAR NI EL ESPACIO.

En este fin de semana y casi al principio de la otra los acontecimientos se prestan a más de un comentario. Pero se prestan a la sinceridad de lo que nos traemos entre manos y a no engañar a nadie desde el convencimiento de que lo que hacemos o decimos sirve para algo. Últimamente da la impresión que siempre estamos hablando en negativo y no en positivo (como decía aquel entrenador holandés del FC Barcelona). Y es que los acontecimientos nos llevan a ello, en las parroquias, en las diócesis, en asociaciones…. es que esto no funciona, y lo más triste es que no vemos la forma y la manera de que funcione un poco mejor. Pero claro, la realidad es la que es y querer ver lo positivo donde no lo hay es engañarnos a nosotros mismos.

No es lo mismo esperanza que optimismo, según el cual las cosas siempre acaban por arreglarse de alguna manera. La esperanza va mucho más allá y es más profunda. Es la certeza de que la monotonía triste y el peso de la vida diaria, la desigualdad, la injusticia del mundo, la realidad del mal y del sufrimiento no van a tener la última palabra.

Este fin de semana, Jesús entra en la casa de su Padre, que puede ser cualquier cosa, menos lo que realmente es. Y muchas veces, en la actualidad, hacemos de nuestras iglesias cualquier cosa, menos casa de oración; menos lugar de encuentro entre un Padre y sus hijos que quieren hablar desde la tranquilidad y la sinceridad del corazón; menos espacio donde pueda donde uno pueda saborear aquello que ha compartido con otros que es la fe.

Nuestros templos no son casas de oración, en muchos momentos. Seguro que si Jesús vuelve, volvería a coger el látigo y echar a la calle a los cambistas, a los falsificadores de la verdad, a los mentirosos compulsivos, a los abusadores de la dignidad humana, a los que fingen hablar en nombre de otros, a los que no dejan sitio ni lugar para los preferidos de Jesús que son los pobres.

Estamos en un momento en el que la autoridad nos pide transparencia. Ojalá que esa transparencia nos sirva a todos, que no sea una mera disculpa para ocultar nada, que no seamos profetas de falsas calamidades, sino anunciadores de la verdad y esta es que nuestros templos son espacio de encuentro para unos y para otros.

Esta semana también se celebra el día de la mujer trabajadora. Un espacio maravilloso para reivindicar el papel de la mujer. Para valorar su esfuerzo y su trabajo. Para aplaudir su dedicación y entrega desinteresada, también en la Iglesia. Ojalá que no tarde en ocupar el puesto que por su valía le corresponde y además nos liberemos de prejuicios que la historia nos ha querido alimentar injustamente.

Pero por otra parte, que las autoridades civiles sean capaces también de valorar a la mujer en su justa medida y no se politice la parte femenina del ser humano en igualdad de deberes y derechos.

Tanto en un caso como en otro, tanto en la Iglesia como en la calle, no desvirtuemos ni el espacio ni el lugar. No dejemos que Jesús nuestro hermano se nos enfade y vuelva a coger un látigo. No nos olvidemos que la cruz es la expresión máxima del amor y todo lo que hagamos, dentro o fuera, ha de ser desde el amor, desde el cariño y desde la comprensión.

Vamos subiendo a Jerusalén, vamos subiendo en ese camino de conversión y todavía nos queda un largo trecho, a pesar que este domingo es también el domingo de la alegría.

 

 Feliz Cuaresma. Hasta la próxima. Paco Mira

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