¡Cuántos sermones dominicales, pláticas religiosas, actos de piedad, procesiones…!, ¡Cuántas catequesis de primera comunión, de bautismo, de adúltos, de confirmación, prematrimoniales!.¡Cuántos sacramentos llevamos administrados!… y ya ves: toda la noche bregando y no hemos pescado nada. Como padres y madres, como curas y diáconos, seguimos intentando acercar la fe a los hijos y a los fieles con poco éxito, como Iglesia repartimos el Pan de la Vida, casando y confirmando a unos cuantos -cada vez menos, pero la pesca de discípulos, es decir de seguidores de Jesús, es escasa.
¿Malos tiempos de pesca?. Un pescador no se resigna a la mala suerte; se pregunta por qué su trabajo ha sido tan infructuoso. Sopesa el estado del mar, las condiciones ambientales, el equipo de pesca… También el apóstol debe mirar el mar en el que se mueve, las condiciones ambientales en que vive, los métodos usados, etc….Para una buena pesca, ¿basta con una buena edición de los evangelios, un buen catecismo o un bien trabajado directorio de pastoral?.¿basta con las con las últimas publicaciones sobre técnicas y dinámicas de grupo, y con un ingenioso decálogo del buen misionero y catequista?. ¿Es suficiente invertir en salones y medios técnicos y materiales cada vez mejores?. ¿no se necesita algo más?. Seguro que sí.
No solo es importante el qué queremos transmitir y el cómo transmitirlo. Más importante que el qué y el cómo es el quién nos invita a evangelizar y a quién tenemos que anunciar; en ambos casos la respuesta es Jesús. Si Jesús no ocupa el centro de nuestra vida personal y comunitaria, la pesca seguirá siendo infructuosa.
El texto de hoy nos invita a revisar nuestros modos y maneras de transmitir la fe: en la familia, con los amigos, en el trabajo. Quizás en el encuentro de Jesús con Pedro nos puede ayudar a discernir.
Primero asumir que sin Jesús no podemos hacer nada. Y para que no lo olvidemos, después de una noche infructuosa de trabajo, pone ante los ojos de los suyos una pesca milagrosa: la que se obtiene con las redes de la fe, cuando se extiende al compromiso..
La segunda lección es la de la confesión. Confesión en doble sentido de la palabra: confesión de los propios pecados (tres veces te negué Señor) y la confesión de fe en el poder de Dios (tú lo sabes todo y sabes que te quiero)
Finalmente, la disponibilidad. Cuando Dios nos habla, la disponibilidad ha de ser consciente y absoluta. Siempre buscamos una disculpa para no ponernos al servicio de los demás. Pedro, Pedro el que se lanza al agua, el que desea más que nadie estar junto a Jesús, el que no le importa mojarse y estar mal vestido… solo quiere volver a estar con su maestro, con aquel que da sentido a su vida…
No nos olvidemos que un apóstol no habla en nombre propio, sino en nombre de quien le envía. Antes de ser apóstol, ha de ser seguidor del Maestro. La pregunta de hoy es preguntarnos, ¿en nombre de quien evangelizamos?. A veces nos embarcamos en programas que no tienen nada que ver con la evangelización.
Ahora que estamos en precónclave. Ahora que los cardenales están escuchando la voz del espíritu, nosotros hacemos un montón de conjeturas de quien tiene que ser el próximo en sentarse en la silla de Pedro. Seguro que muchos dirán que tiene que ser conservador, otros progresistas, pero seguro que Jesús seguirá preguntando al sucesor de Francisco, Pedro, ¿me amas?
Con frecuencia se relaciona a jerarcas y pastores solo con la capacidad de gobernar con autoridad o de predicar con garantía la verdad. Sin embargo, hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas, que, vacías de amor, no capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.
Pocos factores son más decisivos para la conversión de la Iglesia que la conversión de los jerarcas, obispos, sacerdotes y dirigentes religiosos al amor a Jesús. Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar su pregunta: «Me amas más que estos? ¿Amas a mis corderos y a mis ovejas?».
Hasta la próxima. Paco Mira