Este domingo XXV la sabiduría Divina, nos hace un llamado a renovar nuestro deseo de servir a Dios y a nuestro prójimo. Hagamos a un lado todas nuestras preocupaciones y vivamos intensamente estos instantes con nuestro Padre misericordioso. La liturgia de éste nos adentra en la Sabiduría de Dios, ella nos invita a dejar de lado nuestro egoísmo, tener un corazón sencillo, a dar frutos en beneficio nuestro y de quienes nos rodean .
Estas son las lecturas de este domingo y el vídeo del evangelio.

A nadie le gusta sufrir, sin embargo, todos sabemos que el sufrimiento forma parte de nuestra vida. Por su conocimiento de la Biblia, especialmente de los cantos del siervo de Yavé, Jesús sabía que Él tendría que seguir el paso liberador de la cruz y de ese modo poner en práctica el plan del Padre. Como cristianos que somos, podemos unir nuestros sufrimientos a los de Jesús para que sean salvíficos o dejar que ellos nos hagan sentir infelices y miserables. El Evangelio de hoy nos presenta un momento culminante en la revelación del misterio de Cristo, según San Marcos. En el texto distinguimos tres partes; en las dos primeras Jesús se dirige a los discípulos y en la tercera a ellos y a los demás seguidores.
Allá por el mes de febrero, los cinéfilos están de fiesta. Se resuelven los premios óscar a las mejores producciones cinematográficas de todo un año. Cada uno compite en su idioma, con sus mejores actores, con nervios y cada uno esperando que su nombre sea el del sobre ganador: por prestigio, reconocimiento, mérito, etc… Para entrar en el teatro donde todo ello acontece, se coloca una alfombra roja, la de los grandes acontecimientos y donde las grandes estrellas van pasando para posar ante los medios de comunicación de todo el mundo y que su imagen quede para la posteridad.
Todos los cumpleaños son importantes y tienen sentido. Pero, la edad nos marca la importancia de los mismos: no es lo mismo celebrar tu nacimiento cuando tienes diez años o menos, que cuando tienes veinte o de los veinte en adelante. Probablemente porque lo que marca el gran sentido de los cumpleaños es la visión que tengamos de la vida en la edad en que los celebramos.
La Iglesia celebra este fin de semana la Natividad de la gloriosa Virgen María, cuya vida incomparable ilumina toda la Iglesia. Natividad de Santa María Virgen, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Judá, del real linaje de David… Llamada apremiante a sumarnos al gozo de la fiesta. Con alma y corazón cantamos la gloria de Cristo en esta sagrada solemnidad de la excelsa Madre de Dios, María, a nuestros hermanos de todo el mundo y, siguiendo la liturgia, contemplemos a María brillando en la Iglesia e invitándonos a confiar en su poderosa intercesión ante Dios.
En cualquier relación de Dios con nosotros es Él quien toma la iniciativa y es siempre fiel. Jesús nos invita a una entrega, a una comunión total con Él. Pablo usando la imagen del matrimonio, nos explica la íntima unión de Cristo con su Iglesia. Sometámonos completamente a Cristo que nos ama tiernamente. Con la lectura evangélica de este domingo concluimos la enseñanza del capítulo seis de San Juan, que hemos venido siguiendo desde el domingo decimoséptimo. Es un momento decisivo. Los que no aceptaron a Jesús o no creyeron en Él se retiraron. Un pequeño grupo, con Pedro como portavoz, proclamó su fe en Cristo y le siguieron.
Cada día el Señor nos brinda la oportunidad de encontrarnos con Él en la celebración eucarística; busquemos el estar siempre unidos a Cristo alimentándonos frecuentemente de este pan de vida eterna. El recibir el cuerpo y sangre de Cristo con buena disposición, nos da la sabiduría para vivir atentos a los signos de los tiempos, ayudándonos a vivir conforme al Espíritu. La Sabiduría nos invita a tomar parte del gran banquete. Participar en él equivale a aceptarla, a fin de que ella oriente todos nuestros pasos. El cristiano ha de vivir atento a los signos de los tiempos. De este modo, no sólo evitará los vicios más bajos, sino que se llenará del Espíritu y vivirá con la conciencia de que todo lo ha recibido de Dios. El cuerpo y sangre de Cristo son fuente de vida eterna para quienes los reciben con buena disposición.
Jesucristo se nos presenta no sólo como maestro sino como alimento. Demos gracias y alabanzas a Dios Padre que nos abre los ojos del corazón para reconocerle en las cosas sencillas como el pan.






























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