En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, así comenzamos los cristianos la oración, confesando nuestra fe en la Trinidad. Lo hacemos con toda naturalidad, sin querer comprender intelectualmente, a cada instante, el misterio que dicha afirmación encierra. Hemos conocido que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu. Esa es nuestra fe.
Cuando en el año 180 a un mártir le preguntaron qué era el cristianismo, este respondió al que lo iba a ejecutar: «si lograras mantener los oídos atentos, te revelaría el misterio de la simplicidad». Pero, ¿en qué consiste el misterio de la simplicidad?. Es la experiencia de que Dios ha entrado en nuestra historia como Padre amoroso, como madre amorosa y nos ha entregado a su Hijo encarnado en nuestra carne y miseria, con la fuerza y entusiásmo del Espíritu que todo lo vivifica.


Felicidades, hermanos en el Espíritu Santo. En este gran día de Pentecostés, celebramos el comienzo y el significado de la Iglesia, celebramos el Aniversario del glorioso nacimiento de nuestra Iglesia. El mismo Cristo Resucitado sopla su Espíritu sobre nosotros, asiste, dirige, anima y conduce a su Iglesia. El es el que nos da vida y fuerza para continuar la misión de Cristo.
Celebramos la Festividad de la Ascensión del Señor a la gloria del Padre. La Ascensión de Jesús es una manera de expresar la exaltación, y el deseo eficaz de Dios, que lo acontecido en Jesús permanezca, se realice en la Humanidad.
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Todavía estamos celebrando los 50 días de Pascua, días de gozo y paz porque hemos sido redimidos en Cristo Jesús. Según vimos el domingo pasado, la comunión vital del discípulo con Cristo, para ser fecunda requiere la permanencia en Jesús. El Evangelio y la segunda lectura de hoy responden a la pregunta: ¿cómo permanecer unidos a Cristo para dar frutos? Permaneciendo en su amor, es decir, cumpliendo los mandamientos y siendo signo vivo y concreto de ese amor. Porque amar es conocer a Dios que es Amor, como lo demostró Él dándonos a su Hijo único, Jesucristo.
Las fuentes de la palabra en este domingo nos hablan de comunión de vida con Cristo y con los hermanos mediante la fe y el amor. Cristo es la Vid, es decir el tronco, y nosotros las ramas. Unidos a Él por el Espíritu que nos dio, produciremos fruto abundante si cumplimos el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos unos a otros; como dio fruto el nuevo converso Pablo de Tarso una vez injertado en la comunidad eclesial que animaba el Espíritu Santo.




























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