Un fin de semana más nos reunimos para celebrar el día del Señor, el día del descanso y de la comunidad. La Palabra de Dios nos describe la salvación como resurrección. Vivamos la vida cristiana como hombres salvados, a pesar de las pruebas y dificultades de cada día.
El relato del martirio de una madre y de sus hijos es el testimonio de su fidelidad a la ley y a la voluntad de Dios. La muerte es la aparente derrota ante el mal. La vida que Dios nos da es la victoria de la resurrección, el triunfo del amor.
Pablo nos invita a todos a rezar por el éxito de la evangelización y para que la Palabra brille en medio de los hombres. A nosotros nos toca que la Palabra, a pesar de los muchos obstáculos, pueda ser proclamada y escuchada.
Nuestro último enemigo a vences es la muerte. La zarza, a la que Moisés se acerca, es el símbolo de la vida y del amor de Dios hacia nosotros, sus hijos.
El misterio de la vida y de la muerte sólo tienen respuesta en el Dios de los vivos
Estas son las lecturas de este domingo y el vídeo de la liturgia de la Palabra.
Todos sabemos lo que es un trastero. Es aquel lugar de la casa, donde guardamos aquello que ya no nos sirve o que no utilizamos. Muchos quisieran no tener uno. Pues, aunque muchas veces no te sirva algo o no vayas a utilizarlo, siempre lo guardamos. Si no lo tuviéramos pues no lo guardaríamos. A veces guardamos “por si acaso…”, pero ese tiempo nunca va a llegar y nos ocupa un lugar precioso.
Celebramos este fin de semana el Trigésimo Primer domingo del Tiempo Ordinario, en el que la liturgia nos ponen delante un mensaje consolador y estimulante: el perdón de Dios; esto nos animan a todos, que somos pecadores y necesitamos de esta misericordia de Dios, a confiar en él.


Celebramos este domingo 23 de octubre la liturgia en este Trigésimo domingo del tiempo ordinario (hoy también Domingo Mundial de las Misiones). Nos envuelve la liturgia en un ambiente de oración. Las lecturas del domingo pasado nos invitaban a orar con insistencia; hoy nos piden hacerlo con humildad para que nuestras plegarias sean escuchadas.
Cada vez que llega el Domund, mi mente me lleva a cuando uno era pequeño. En el colegio repartían unas huchas con la cara de un niño negrito y luego quedabas el fin de semana con un amigo y a recorrer las calles de la ciudad con el objeto de recaudar lo más posible. Les confieso que los tiempos han cambiado un montón: no había problema en salir a la calle con una hucha. Volvías con ella; la gente era muy generosa y las huchas se llenaban con cierta facilidad. Ahora la cosa cambia: ni te dan, ni son muy generosos, y las huchas no se llenan. Quizás no es porque no quieran, sino porque la sociedad no puede y el llevar dinero a la altura de otros es una tentación a la que muchos no pueden dejar de resistirse para quitártelo.
Con mucho gozo nos congregamos en torno al altar del Señor, para celebrar la Santa Misa en el Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario. Sean bienvenidos. La liturgia de hoy nos muestra el poder de la oración y pone su acento en la perseverancia e insistencia con que debemos acudir a Dios. Lo hará de manera especial por medio de la parábola de la viuda insistente.
Mi padre tenía un vecino que en la puerta de su casa tenía un árbol, bastante molesto, por cierto. Hizo varios escritos y reclamaciones y nunca tuvo una respuesta que le fuera válida, ni siquiera que le habían trasladado su petición al departamento correspondiente. Es más, pasado un tiempo, arrojó la toalla argumentando que ya no perdía más el tiempo porque no le hacían caso y que no le quedaba otra que aguantarse y soportar el árbol en cuestión. Pero seguro que no solamente le habrá pasado al vecino de mi padre, sino a todos en alguna ocasión y ante situaciones de las más diversas.






























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