
Hoy tenemos una gran noticia para nuestra iglesia diocesana y de forma particular para nuestra zona pastoral pues el que fuera párroco de San Antonio Abad en Tamaraceite ha sido designado por el Papa como obispo auxiliar de Canarias para las islas menores a D. Cristóbal Déniz Hernández.
Desde estas líneas nuestra felicitación por este nombramiento y pedimos al Señor que le siga amparando en este nuevo servicio a la iglesia universal.

Antes de nada, he de decir que hay ciertas profesiones que son propensas a utilizar la palabra, «deontología», es decir y según la RAE, el deber de hacer ciertas cosas por la propia esencia de la profesión. Pero también entiendo que todas las profesiones, han de saber hacer lo que tienen que hacer, o tienen que hacer no solo lo que saben, sino lo que deben por su propia esencia. Me vienen a la mente ciertas profesiones que son muy claras, especialmente aquellas que tienen como bandera de los trabajadores la función pública: médicos, empleados de hacienda, maestros y profesores, profesionales de un ayuntamiento, empleados de la seguridad social, curas y religiosos, empleados de un supermercado, profesionales de la medicina, empleados de la educación, empleados de banca, etc…

La liturgia del domingo pasado nos refería la vocación del Profeta Jeremías. Las lecturas de esta celebración, quinto domingo del tiempo ordinario, nos presentan otra vocación y sus respuestas generosas a la invitación de Dios. La Iglesia necesita que cada uno de nosotros cumpla el compromiso de su vocación cristiana y seamos testigos fieles de Dios ante los hombres.
Antes de nada quiero unirme a todos los que han manifestado su admiración por un deporte tan noble como es el tenis. Y lo han manifestado personalizándolo en un hombre que teniendo sus defectos, no deja de causar admiración como es Rafa Nadal. Vaya para él mi reconocimiento y para todos aquellos que ejercen el deporte con nobleza, con sinceridad, sin embustes ni mentiras. Por ello, Rafa, felicidades.
Celebramos el cuarto domingo del año litúrgico. La primera lectura nos presenta la vocación del profeta Jeremías, quien no fue bien recibido por su pueblo. Cristo, el gran profeta del Nuevo Testamento, fue también rechazado por su propia gente. San Pablo nos dirá que, en medio de este mundo hostil, tenemos que practicar una virtud esencial, la caridad.
Recuerdo a un suegro que le dijo a su yerno: «si quieres que nos llevemos bien, aquí en mi casa no se habla ni de fútbol ni de religión». Curioso porque el suegro era de misa diaria, de bendecir la mesa antes de comer, de rezar sus oraciones al levantarse y al acostarse, de santiguarse al salir de casa… no le quedaba ningún santo al que saludar…. pero no se podía hablar de religión. Ese tipo de acciones (quizás de suegros), me hacen pensar mucho.






























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