Cristo ha resucitado y esta es la victoria que solemnemente celebramos con toda la Iglesia. Cristo está vivo! Este es el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, una celebración revestida de una alegría inmensa, provocada por nuestra esperanza en la vida eterna: si por medio del bautismo hemos muerto con Cristo al pecado, sabemos que también resucitaremos con Él.
Todas las lecturas de hoy se hacen eco de la buena noticia de Pascua: “Éste es el día en que actuó el Señor”. El evangelio nos traslada a la entrada del sepulcro vacío para que, con el discípulo amado, veamos y creamos. En este mismo sentido, la carta a los Colosenses exhorta a vivir unidos a Cristo resucitado; él es fuente de nuestra vida y razón de nuestro testimonio, como refleja el discurso de Pedro en la primera lectura del libro de Hechos de los Apóstoles.
Estas son las lecturas de este domingo y el vídeo del evangelio.
Jesús, nuestro Maestro y Señor, ha sido detenido, torturado y condenado a muerte. Su amor sin reservas, su anuncio de un Dios que es Padre y que ama de un modo especial a los pecadores, su invitación a transformar el corazón y la vida, su lucha contra todo lo que oprime a las personas, lo han conducido hasta aquí. Los poderes civiles y religiosos de su tiempo no han soportado su forma de hablar y vivir. Sus amigos le han dejado solo.
La gran cena con el Señor es ahora y nos sentimos felices de que ustedes hayan aceptado la invitación a participar en ella. Sean todos bienvenidos.

Las lecturas de este domingo abren la Semana. El Siervo de Yahvé, del que habla Isaías, sufre pero muestra una confianza inmensa en medio de su dolor. El salmista, en un momento de dificultad presente, recuerda la acción salvadora de Dios en el pasado para animar su confianza y esperar la salvación. Esa misma experiencia la resume Pablo en el himno de la carta a los Filipenses: Cristo, que se humilla continuamente desde su condición de Dios hasta una muerte ignominiosa en cruz, es exaltado por Dios como Señor. Este mismo Jesús, Mesías humilde y pacífico, toma posesión de Jerusalén para manifestar su verdadera identidad.
El mundo está lleno de iglesias cristianas presididas por la imagen del Crucificado y está lleno también de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y gente, mucha gente hundida en el hambre y la miseria. Hoy, en muchas de nuestras iglesias, también acudimos a recoger, como los niños hebreos, el ramo de olivo, muchas veces más por algo mágico, que por representación de una entrada triunfal de quien da la vida por nosotros.
El peso de la ley debe caer con toda su fuerza y rigor sobre una mujer sorprendida en adulterio. Porque, claro, la ley está para cumplirla, repetimos a menudo, sin pensar demasiado para nada en lo que decimos y la ley de Moisés manda apedrear a las prostitutas. No hay escapatoria posible, es evidente: hay que apedrearla, ejecutando la sentencia que la ley dicta. Y no puede haber perdón, pues entonces la ley sería innecesaria.
Nos encontramos ya en el quinto domingo de Cuaresma, últimas celebraciones previas a la Semana Santa, ya cercanas al Domingo de Ramos. Con la liturgia de este día nos seguimos preparando ya para las próximas celebraciones pascuales. Con esa confianza de participar un día de la Pascua definitiva con Jesús.































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