AY POR DIOS, ¡FUERTE CRUZ LA MÍA!

Hace unos años hubo un programa en la tele que arrasó con índices de audiencia: Hermano Mayor. La dinámica del programa era sencilla: dar a conocer realidades relacionales de padre e hijos e intentar dar solución mediante la mediación del presentador: Pedro Aguado. Digo que arrasó, porque muchos padres que estuvieron en silencio mucho tiempo se vieron reflejados en muchas de las realidades que allí se reflejaban. La primera realidad era la infancia del presentador que fue el primer Hermano Mayor. Los padres estaban desesperados ante la realidad que estaban viviendo. Muchos, quizás inconscientemente, habían creado la realidad de sus hijos, pero otros sin esperarlo les llegó. Todos coincidían en lo mismo: ¡fuerte cruz que me ha tocado en la vida!

Muchos de estos padres, antes de acudir al programa intentaron tomar un montón de decisiones. Y es que cada día tomamos muchas decisiones y la mayoría de ellas sobre asuntos intrascendentes: ropa que nos ponemos, comida que hacemos (¿qué comemos hoy?), a donde vamos…. Pero a lo largo de la vida se presentan ocasiones en las que hay que tomar grandes decisiones: estudiar o trabajar, casarse o no, la ciudad para vivir, etc…Son decisiones que no se pueden tomar a la ligera y que hay que decidir con mucha cautela. Una de las formas es sopesar los pros y los contras, aunque no siempre tengamos el 100% de seguridad.

El evangelio de este fin de semana, nos habla de grandes decisiones. Nos habla de la consulta «al hermano mayor», para que podamos tomar una determinación no en una decisión intranscendente, sino en una toma de decisión clave para nosotros. Si el domingo pasado ya teníamos que tomar una que era responder a la pregunta, ¿quién dices tú hoy que soy yo?, ahora la decisión – una vez respondida la pregunta – es: puestoma la cruz y sígueme.

Seguro que en algún momento de la historia nos obligaron a creer. Hoy la decisión tiene que ser personal y libre. No nos obligan a nada, pero si tomamos la decisión ha de ser con todas las consecuencias. Ser cristiano no es como apuntarse o abonarse a la UD, sino que la condición es negarse a sí mismo. Si nos apuntamos a un club, seguro que como nos duele el bolsillo, procuramos ir todos los domingos para sacar rentabilidad al carnet. La negación que nos pide Jesús, es que quitemos de nosotros aquello que nos impide seguirle con claridad, con nitidez y sobre todo con sinceridad. Cada uno ha se saber que es lo que le impide ser como Jesús quiere que seamos.

Claro que todos tenemos nuestras cruces. Ninguna es igual a otra, incluso dentro del mismo contexto; tampoco la mía es igual a la del vecino, pero Jesús nos plantea que una carga entre dos, parece que es menos carga – aunque la carga sea la misma -. Para poder cargar con la cruz hay que ser mansos y humildes de corazón: reconocer la culpa e intentar ponerla en los brazos de quien puede solucionarnos el problema. Estar abiertos de corazón, puesto que a veces es el propio corazón, por nuestra cerrazón, el que no deja que nuestra carga pueda ser más ligera.

El profeta Jeremías, en la primera lectura nos da una clave interesante: me sedujiste Señor y me dejé seducir. Nadie te da un beso si tú no quieres. Abramos el corazón, abrámonos a las tentaciones de Jesús, porque su suyo es ligero y su carga se puede llevar.

Hermano Mayor tuvo éxito, porque la gente se dejó abrir a las posibilidades de la vida y del corazón a querer solucionar los problemas. Pues ya tenemos reto.

                                                                                                                    Hasta la próxima. Paco Mira

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