LA VIDA SE ENCUENTRA CON LA VIDA.

Paco Mira colabora una semana más con motivo del domingo III de cuaresma.

Leamos con atención.

El agua es uno de esos símbolos que son un arma de doble filo. Por un lado el agua puede ser un arma de destrucción masiva: tsunamis, riadas, inundaciones, ríos desbordados… sin duda todo un caudal que nadie quiere tener por ser algo destructivo. Mucha gente, por el agua, lo ha perdido absolutamente todo. Pero por otra parte el agua es vida. Nuestro cuerpo, en su 75% está lleno de ese líquido elemento que sin él no podríamos vivir. De hecho, nuestra tierra está compuesta también en su 75% por agua.

Si vamos haciendo un recorrido por nuestra cuaresma, nos hemos visto sin rumbo, sin saber dónde ni como podríamos recorrer nuestra vida. Estuvimos y quizás muchos continúen todavía en el desierto. Ese lugar inhóspito donde no es fácil salir de él. En ese lugar somos tentados, como lo fue Jesús, a abandonar la esperanza de que otra situación puede ser posible. Sin embargo, en nuestro camino hemos escuchado una voz que nos decía “escúchenlo” y eso nos tiene que llevar a afirmar como lo hizo Pedro, “¡qué bien se está aquí”. Hoy la palabra de Dios nos oferta un encuentro. Encuentro de la vida con la Vida.

Jesús en su largo caminar (en pocos años hizo un montón de kilómetros), se encuentra con los que quizás nosotros no quisiéramos encontrarnos. Se encuentra con una samaritana que era el enemigo con el que no quiere encontrarse. Se encuentran ante una necesidad que le lleva a una conversión, como la que nos propone la cuaresma: todo puede ser posible, si lo miras de otra manera.

La necesidad es la sed. Jesús tiene sed y por ello va un pozo, sin importarle quién es el dueño del mismo y se encuentra con una samaritana que le interroga por sus intenciones. ¡Qué hermoso pasaje donde la vida – con minúsculas, la de la samaritana – se encuentra con la Vida – con mayúsculas, que es Jesús!

Pero todo funciona, porque ambos han puesto de su parte. Todo funciona porque han abierto su corazón a que el encuentro sea posible. Todo funciona porque los obstáculos que en un principio no les dejaban acercarse mutuamente, resulta que ahora no son lo más importante. Lo que realmente interesa ahora es encontrarse con la Vida, para seguir generando vida.

En nuestro mundo, cuando vemos llegar al que consideramos enemigo, lo primero que hacemos es cambiar de acera no vaya a ser que me diga algo y me vea en la situación de tener que saludarlo. Es que la cuaresma empieza por ahí. Empieza por ese miércoles de ceniza donde nos recuerdan una y otra vez que la Pascua tiene sentido desde la conversión del corazón y la conversión a la buena noticia del evangelio.

¿Qué importancia tiene querer a los que ya queremos? La radicalidad del evangelio parte precisamente de aquello que más nos cuesta, de la cruz que tenemos que llevar cada uno y que ninguno queremos hacer pero es la que nos toca. ¡Cuántos pozos llenos de agua de Vida nos encontramos en el camino de nuestra vida, a los que no acudimos a beber?

Una vez más, Jesús nos vuelve a dar una lección y además nos invita a que la aprendamos. El odio y el rencor parece que no tiene límites ni fechas para terminar en el calendario. El mundo lo tenemos revuelto, lo hemos hecho revuelto y parece que nos gusta que esté turbio.

Acerquémonos, a los pozos que la vida nos ofrece. Tendamos vasos de agua fresca a aquellos con los que tenemos cierto resquemor: puede ser un vaso de sonrisa, puede ser un vaso de compañía, puede ser un vaso de caricia, puede ser un vaso simplemente de estar y además estar en silencio.

Gracias, samaritana. No sabemos tu nombre, pero en el pozo estamos todos y cada uno de nosotros.

Feliz Cuaresma. Hasta la próxima. Paco Mira

 

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