LEER LA LETRA PEQUEÑA

¿Quiénes leemos la letra pequeña en infinidad de documentos? Creo que muy pocos o diría yo que ninguno. A ello se agarran las grandes compañías de seguros para desechar la mitad de las reclamaciones que hacemos: es que no leemos la letra que llamamos pequeña. Y no solamente no la leemos, sino que además casi no la vemos. ¿Qué pasaría si fuéramos capaces, antes de leer un contrato, por ejemplo, que lo leyéramos todo, preguntáramos lo que no entendemos, consultáramos aquello que nos ofrece duda? Pues que probablemente la burocracia sería de otra manera.

Esto me hace pensar en lo que dice Jesús en el evangelio de este fin de semana. Se atreve a poner en la misma báscula a nuestros padres y a él. ¿A quién escogemos? Claro, dicho así la cosa no es fácil. Y no es fácil cuando la «ley de Moisés, nos dice que hay que honrar a papá y a mamá», quererlos, amarlos… entre otras cosas porque gracias a ellos, nosotros estamos donde estamos.

El problema del evangelio de este fin de semana, es que no leemos la letra pequeña, leemos rápido, demasiado rápido, por encima, no pensamos… es lo que a los niños en edad escolar y a los adultos también, sin ir ya a la escuela, le decimos que no tienen comprensión lectora. Es decir, que no entienden lo que leen. Uff, eso pasa mucho y así nos va como nos va.

La mala comprensión lectora afecta también a la Palabra de Dios: muchas veces sólo nos quedamos con el sentido literal de texto, en lugar de profundizar en la verdad de fe que nos está transmitiendo; otras veces nos quedamos sólo con un fragmento, sacándolo de contexto, con lo cual varía sustancialmente su sentido. Y entonces, como ocurre con el comienzo del evangelio de hoy, lo que escuchamos nos escandaliza.

En función de lo que dice Jesús, podemos preguntar, «si yo quiero con locura a mis hijos y por encima de todo, ¿cómo Jesús nos va a decir eso?». Pues está claro que no hemos hecho una buena lectura del texto, o que no tenemos una buena comprensión lectora. No es una cuestión de cantidad, es de calidad. Si realmente queremos a nuestros hijos más que a nosotros mismos, nuestro amor a Dios ha de ser infinito, no sustitutivo de nada.

Jesús nos descubre que Dios es amor, y por ello la fuente de todo amor y por eso es lo “primero”, no que suprima o anule a algo o a alguien. Porque cuanto más pongamos encima de la mesa, la forma de amar a Dios, amaremos a los demás de una manera desinteresada. Los amores a nuestros padres o hijos no son excluyentes, sino que han de ser el reflejo o el espejo del amor que le tenemos a Padre Dios.

La llamada de la Palabra de Dios hoy es una llamada a una comprensión del amor tal y como nos lo refleja el propio Jesús con el Padre. «tanto amó Dios al mundo….»: ojalá que fuésemos capaces de amar a los demás como el propio Dios nos ama a través de su hijo, nuestro hermano.

Muchos comienzan las vacaciones en este mes de Julio y parece que Dios también se va de vacaciones. La playa, el campo, la montaña, la piscina, la ciudad… son espacios donde Dios sigue caminando con nosotros. No lo olvidemos, porque él no se olvida de nosotros y además nos quiere y nos ama.

Hasta la próxima. Paco Mira

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