LA CAMPAÑA NAVIDEÑA.

Colaboración de nuestro amigo Paco Mira en este segundo domingo de adviento.

Estos días encontramos informaciones sobre los regalos más buscados en Navidad. Es cuestión de adelantar el trabajo tanto a Papá Nöel como a sus majestades los reyes magos. También es verdad que, a veces, es adelantar un trabajo que no se sabe si se quieren o no tales regalos. Son regalos, especialmente los tecnológicos, que a veces nos resulta complicado el encontrarlos o incluso que cuando nosotros vamos, ya están agotados.

Cada lugar de venta, nos va a ofertar lo mejor de sí mismos para que no vayamos a la competencia. Sin embargo, la palabra de Dios, este fin de semana nos propone tres regalos para vivir la Navidad, que no son fáciles de encontrar y menos de comprar: consuelo, paciencia y esperanza. Quizás no sean los tres regalos más buscados, pero sí los que más necesitamos y que además no pueden ser sustituídos por otros. Tampoco podemos comprarlos, porque son un regalo, es algo que se nos es dado. Son regalos que nunca se agotan, podremos recibirlo cuantas veces queramos, siempre y cuando sepamos pedirlos a quien nos lo proporciona.

La primera lectura nos ofrece el primero de los regalos: Consuelo: «consuelen, consuelen a mi pueblo dice su Dios». Consolar es aliviar la pena y la aflicción de alguien. Es muy larga la lista de penas y aflicciones que nos azotan, tanto en lo personal como en lo familiar, social, político, laboral, económico, religioso. ¡Es tan larga la lista y tan dramáticas las situaciones que nos encontramos y que surgen cada día, que llegamos a pensar que no hay consuelo posible, que se ha agotado nuestra capacidad de consolar. Sólo Dios puede darnos ese consuelo.

La segunda lectura nos ofrece el segundo regalo: la paciencia. Es saber esperar cuando algo se desea mucho. Y si deseamos mucho el consuelo que solo Dios puede dar, debemos aprender a esperar. Dice el Apóstol Pedro que «para Dios, mil años es como un día y un día como mil años». Dios no mide el tiempo como nosotros lo medimos. Dios tiene paciencia con nosotros y nunca retrasa su promes, porque no quiere que nadie se pierda, sino que se convierta.

Pero necesitamos un tercer regalo: la esperanza. Y nuestra esperanza tiene un nombre propio como nos lo cuenta el Evangelio que significa buena noticia y la buena noticia que celebramos en Navidad es que Dios se hace carne en su Hijo Jesús. El es la esperanza hecha carne que nos salva como lo anuncia Juan el Bautista.

Es por ello que, como Juan, todos tenemos que ir al desierto de nuestra vida para corregir aquello que nos impide preparar el camino del Señor; aquello que nos impide allanar las sendas por las que tiene que ir y venir Jesús de Nazaret; tenemos que corregir todo aquello que nos separa de Dios y de los hermanos que probablemente sea mucho: envidias, rencores, guerras, frustraciones.

No adelantemos la campaña navideña; no comamos aquello que no corresponde al momento y al tiempo oportuno. Démosle tiempo al tiempo que vamos viviendo y saborearemos lo esencial de estas fiestas. Llevemos en nuestro corazón lo justo y necesario. Juan iba con una túnica y no era digno de desatarle la correa de las sandalias. Seamos pacientes y anhelemos aquello que nos llena de verdad que es que el nacimiento de Jesús se hará efectivo en el corazón de cada uno de nosotros.

Preparar la Navidad es hacer hueco en el pesebre de nuestras vidas. Hagámosle un guiño a la paz, al cese de la violencia y el odio en nuestro corazón. No podremos oir el llanto del niño recién nacido, mientras prevalezca el silbido de las balas que matan y asesinan a nuestros hermanos inocentes; no podremos oir el llanto del niño recién nacido, mientras en nuestras familias no haya consuelo, paciencia y esperanza.

De nosotros depende. En nuestras manos está que el adviento sea el camino que – como dice el villancico – lleva a Belén, el que baja hasta el valle que la nieve cubre, nieve representada en aquellas cosas que nos impiden ver lo esencial y que lo enmascaramos de blanco inmaculado.

Seamos pacientes, consolemos y tengamos esperanza.

Hasta la próxima. Paco Mira

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