LAS MADRES NUNCA FALLAN.

El evangelio, como buena noticia, es una invitación a despertar en nosotros las actitudes básicas con las que vivir no solo las fiestas de Navidad, sino la vida entera. Basta, sino, recorrer el mensaje que se pone, en nuestro relato, en boca del ángel.

Alégrate: es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también nosotros. Alégrate, esa es la primera palabra de Dios a toda criatura. En medio de estos tiempos que a nosotros nos parecen de incertidumbres y oscuridades, llenos de problemas y dificultades, lo primero que sorprendentemente se nos pide es no perder la alegía. Sin alegría la vida se nos hace más difícil y dura.

El Señor está contigo. La alegría a que se nos invita no es un compromiso forzado ni un autoengaño fácil. Es la alegría interior y la confianza que nace en quien se enfrenta a la vida con la convicción de que no está solo. Una alegría que nace de la fe. Dios nos acompaña, nos defiende y quiere siempre nuestro bien. Podemos quejarnos de muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos solos, porque eso no es verdad. Dentro de cada uno, en lo más hondo de nuestro ser, está Dios, nuestro padre.

No temas. Son muchos los temas que pueden despertarse en nosotros. Miedo al futuro, a la enfermedad a la muerte. Nos da miedo sufrir, sentirnos solos, no ser amados. Podemos sentir miedo a nuestras contradicciones e incoherencias. El miedo es malo, hace daño. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz.

Has hallado gracia ante Dios. No solo María, también nosotros podemos escuchar estas palabras porque todos vivimos y morimos sostenidos por la gracia y el amor de Dios. La vida sigue ahí con sus dificultades y preocupaciones. La fe es Dios no es una receta para resolver los problemas diarios. Pero todo es diferente cuando uno vive buscando en Dios luz y fuerza para enfrentarse a ellos.

Llega la Navidad. No será una fiesta igual para todos. Cada uno vivirá en su interior su propia Navidad. ¿por qué no despertar estos días en nosotros la confianza en Dios y la alegría de sabernos acogidos por Él?. ¿Por qué no liberarnos un poco de miedos y angustias enfrentándonos a la vida desde la fe en un Dios cercano?.

Hoy que contemplamos la figura de María, me acuerdo de mi Iglesia. Quiero que mi iglesia fomente la ternura maternal, cuidando el calor humano y sus relaciones con ellos. Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni condena, sino que acoge y encuentra un lugar adecuado para cada uno.

Una Iglesia que como María proclama la grandeza de Dios y su misericordia, también con las generaciones actuales y futuras. Una Iglesia que se convierte en signo de esperanza por su capacidad de dar y transmitir vida.

Una iglesia que sabe decir sí a Dios sin saber muy bien a donde le llevará su obediencia. Una Iglesia que no tiene respuestas para todo, pero busca con confianza, abierta al diálogo con los que se cierran al bien, la verdad y el amor.

Una iglesia humilde como María, siempre a la escucha de su Señor. Una Iglesia más preocupada por comunicar el evangelio de Jesús que por tenerlo todo definido.

Una Iglesia del Magníficat, que no se complace en los soberbios, potentados y ricos, sino que busca pan y dignidad para los pobres y habrientos de la tierra, sabiendo que Dios está de su parte.

Una Iglesia atenta al sufrimiento del ser humano, que sabe, como María, olvidarse de sí misma y marchar de prisa paa estar cerca de quien necesita ser ayudado. Una Iglesia preocupada por la felicidad de todos los que no tienen vino para celebrar la vida. Una Igleisa que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad, responsabilidad y creatividad femenina. Una Iglesia que sea capaz de decir como María, Hágase en mí según tu palabra.

Hermanos el reto es grande. El pesebre ya huele a acontecimiento. Belén, tú, yo… nos tenemos que preparar para lo que se nos avecina: la gran alegría de que Dios se hace hombre en Jesús y camina con nosotros. ¿estamos preparados?.

Hasta la próxima. Paco Mira

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