LA NAVIDAD ES ALGO MÁS QUE LOTERÍA. ES LA PALABRA QUE SE HACE CARNE.

Todavía muchos están con la decepción de la lotería. Aquella ilusión que todos esperábamos se ha desvanecido. Incluso algunos todavía están decepcionados por lo rápido que ha terminado la cena de nochebuena cuando durante todo el año estábamos esperando para ello. Pero ya estamos en Navidad, pero ¿qué Navidad?. ¿Qué tiene que ver todo esto con la Navidad, con el nacimiento de Jesús?.

Pero, aunque la mayoría de ls personas no tenga en cuenta la dimensión cristiana, hoy, nosotros, celebramos la verdadera Navidad. Una Navidad que no necesita compras, regalos, adornos, comidas familiares… quien pueda tener todo eso que le dé gracias a Dios y lo disfrute, pero quien no lo pueda tener, también y con más motivo puede celebrar la Navidad, porque la auténtica Navidad es otra cosa, tan sencilla y normal, que por eso nos puede pasar desapercibida.

Los protagonistas de la Navidad son, como escuchamos en el evangelio de la vigilia, una pareja de novios, como tantos otros; que viven una situación bastante común: «antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo», como a muchas parejas les ocurre; que se enfrentan a una ruptura, como tantas parejas: «José… decidió repudiarla en privado», pero que siguen con la relación: «José acogió a su mujer». Una pareja como tantas otras, y que por eso pasa y nos pasa totalmente desapercibida

En el evangelio de media noche, hemos seguido con la historia de esta pareja; aunque ella está a punto de dar a luz, han de hacer frente a un viaje para cumplir con un requisito legal: «un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad»; nada fuera de lo común, alque que afectaba a muchas personas que también se tienen que desplazar.

Tampoco fue algo especialmente llamativo el hecho de que, «mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo y lo recostó en un pesebre porque no había sito para ellos en la posada». Es una de tantas circunstancias penosas y lamentables que a diario viven en silencio las personas que nos rodean y que a la mayoría nos pasan totalmente desapercibidas o a penas nos llaman la atención.

Pero el hecho de que la primera Navidad fuera algo tan normal, tan cotidiano y que pasara tan desapercibida, no le quita nada de la grandeza extraordinaria que encierra: que la Palabra se hace carne en la humildad de un niño y acampa entre nosotros. Quiere acampar en medio de nosotros en unos hogares, en unas familias, en unas mesas donde no falta de nada, pero quizás falte Dios. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron.

En el adviento, los pobres, los que nada tienen son los que mejor han sabido esperar y el que espera es el que mejor acoje. El creyente, el que de verdad se atreve a acercarse al Niño que nace en belén y en él reconoce a Dios, tenemos que acordarnos de los más necesitados que viven entre nosotros: de los millones de niños que mueren cada día de hambre en el mundo, mundo en el que a muchos nos sobra de todo. Tenemos que acordarnos de aquellos que tienen que abandonar sus familias para ir a sitios que los desconocen; acordarse de los que sufren enfermedades, de los que están solos; de los que sufren violencia incluso de sus propios familiares.

Podemos preguntarnos por qué. Pues porque es Navidad, porque Dios sin olvidar su grandeza, se ha hecho pobre con los pobres, se ha hecho niño, se ha hecho hombre/mujer como nosotros, y esta lección no la podemos dejar escapar. La alegría de su nacimiento nos anima a ser mejores, a trabajar por hacernos la vida un poco más feliz, los unos a los otros.

Si buscamos la paz, si buscamos al Señor, si buscamos al Salvador, ésta es la señal: encontrarás a un niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No encontraremos armas para la guerra, ni poder para la opresión. Solo encontraremos la indefensión de un niño, la fragilidad de un niño, la pobreza de un niño, esa pura necesidad que es siempre un niño.

Solo puedo desear que lo encontremos, lo abracemos, lo imitemos y lo sigamos. Por si no lo sabemos, el niño se llama Jesús.

Hasta la próxima. Paco Mira

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