SI LOS MUERTOS LEVANTARAN LA CABEZA.

La cultura de la muerte ha cambiado de manera radical en las últimas décadas. El velatorio, el duelo, el luto, los cementerios, el enterramiento ha ido por un derrotero muy distinto del que nunca podían pensar nuestros abuelos o bisabuelos. No hace muchos años velar a un muerto fuera de su casa era una «deshonra». La casa se ponía de patas arriba para acoger a las personas que venían a acompañar y la habitación donde se ponía al difunto luego permanecía cerrada durante algún tiempo. Los vecinos ayudaban a «amortajar» aunque siempre había en los pueblos la «especialista». El difunto siempre salía de la casa a hombros y a pie se llevaba hasta la iglesia donde se le hacía una misa de «corpore in sepulto» a la que iban las mujeres y los hombres se quedaban atrás. A continuación se llevaba al muerto hasta el cementerio y raro era ver a una mujer ir hasta el mismo. Era un momento para los hombres. A la mujer le tocará posteriormente llevar las flores cada semana en señal de recuerdo. Los funerales, las misas Gregorianas y el negro riguroso al menos un año era algo poco menos que obligatorio socialmente. Recuerdo que cuando murió mi padre yo tenía 13 años y tuvimos que llevar un botón negro durante muchos meses y no se me podrá olvidar cuando me lo quitó mi madre fue porque señora le dijo ¿por qué no le quitas a los pobres niños el botón de una vez?

¿Y la tele y la radio? La radio no se podía poner y la tele tampoco se podía ver durante un tiempo de al menos seis meses porque era una deshonra al fallecido. Desde el fallecimiento al funeral pasaba una semana, una semana por la que las visitas no dejaban de pasar a hacer «la visita» obligada y a los que había que atender obligatoriamente, fueran de tu gusto o no, porque muchos venían para «chismiar». Llegado el momento del funeral se veían las diferencias de clases ya que los funerales eran más caros o baratos dependiendo de la hora, que podía ser a las 9 ó a las 10 de la mañana, ya que por los años 40 no había misas por la tarde. También dependía de que fuera una misa de tres curas o de uno solo. Los lunes siempre había funerales. Antes del funeral se hacía un canto desde el coro junto con los curas. Luego estos iban a la sacristía, se ponían la casulla y dalmáticas y empezaba la misa.

Toda esta cultura de la muerte afortunadamente ha ido pasando a un segundo plano. Pero una realidad, la de la muerte, con la que también se comercializa y donde hay gente que no puede ser enterrada porque no tiene dinero para pagarle a la funeraria. La tradición de los finados desgraciadamente se está perdiendo. El día de los finados se celebraba habitualmente el 2 de noviembre. La víspera de ese día, la mujer de mayor edad de cada familia recordaba a los muertos, los finados, los que habían llegado a su fin. La madre o la abuela contaba anécdotas de los finados de la familia y los hacía presentes con sus palabras. Aprovechaban en la reunión para compartir de lo que tenían, por la época las castañas, que eran asadas en los braseros y a la luz del mismo surgían historias que mantenían vivos a los que ya no estaban en este mundo. Al día siguiente las mujeres aprovechaban para ir al cementerio a ponerle flores frescas a los fallecidos como acto «público» de honra y luego asistir a misa, a celebrar el Día de Difuntos, donde las iglesias estaban a reventar en días como estos.

Los tiempos cambian y las tradiciones también. La cultura de «la muerte» es otra cosa y como decimos por aquí «si los muertos levantaran la cabeza…».

                                                                                                                                                                               Esteban Santana Cabrera.

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